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martes, 10 de marzo de 2015

Capítulo 19: He aquí la importancia de mirarse a los ojos.



Sarah siempre tardaba en contestar al teléfono, pero esa madrugada, mientras Lena caminaba de un lado a otro de su habitación mientras oía el CD que Vic le había regalado, el teléfono se descolgó antes del segundo pitido.
-Dime -susurró Sarah.
Lena abrió la boca, pero no dijo nada. Y así se quedó unos segundos.
La última canción del CD terminó, y Lena abrió el reproductor y lo sacó. Llevaba toda la noche escuchándolo y las canciones ya se repetían constantemente en su cabeza. 
-No he tardado en responder porque no estaba haciendo nada, pero créeme, soy Sarah -bromeó su amiga, interrumpiendo sus pensamientos- ¿Lena?
La chica suspiró y se sentó en la cama, estaba realmente nerviosa y no sabía por qué.
-Sarah, necesito pedirte un favor.
Su amiga asintió al otro lado del teléfono, bajando la música.
-Te escucho -respondió.
-Necesito que me des el número de Vic -dijo la chica, atropelladamente- o que me des su dirección o me pases con él si es que está contigo, o... 
-¿Por qué tanta urgencia? -la interrumpió Sarah- ¿No intercambiasteis los números al despediros?
Lena volvió a sentir esa presión en su pecho al recordar que no se habían despedido formalmente. Los dos consideraron la última noche como una despedida en la que bailaron y durmieron abrazados pero en la cual nadie dijo adiós.
-Ni siquiera me despedí de él -musitó.
Hubo un largo momento de silencio en el que Lena pensó que su amiga le echaría la bronca o se enfadaría con ella por ser tan estúpida. Se levantó de la cama y corrió las cortinas de la ventana, ya no llovía, el cielo estaba estrellado y se veían, oscuras, las montañas nevadas a lo lejos.
Lena tenía ganas de llorar.
-Lena... -susurró Sarah al otro lado del teléfono. Y, por alguna razón, un escalofrío le recorrió la espina dorsal- ¿Viste a Vic... la mañana en la que te marchaste?
Lena frunció el ceño y no respondió.
-O al menos, ¿sabes si alguien le vio? ¿Rubén, tal vez? -añadió Sarah.
-Yo le vi -respondió la chica- Le vi esa mañana, pero estaba durmiendo, ¿por qué lo preguntas?
Otro incómodo silencio brotó, nuevamente. 
-La última vez que vi a Vic fue cuando subió a la habitación contigo la última noche -le dijo- Supongo que después se marchó. Desde entonces nadie le ha vuelto a ver.






Ese fin de semana fue horrible. Lena no volvió a hablar con Sarah, y apenas con nadie, lo único que hizo fue coger el libro de Vic y apuntarse todos los temas de los que no tuviese ni idea, para buscar libros parecidos en la biblioteca. Dicen que cuando alguien lo pasa mal, el tiempo transcurre más despacio, pero la verdad era que no fue así, y cuando Lena menos se lo esperaba, ya estaban a Domingo e iba a ser medianoche.
Recibió un mensaje de Rubén, en el que le contaba que el chico británico había vuelto, diciéndole que se había llevado su camiseta por error. ''Menuda excusa más mala para volver a verte'', le había dicho a su amigo.
Estaba en su habitación, tumbada en la cama, mirando por la ventana, ya había dejado de leer y no pretendía volver a hacerlo. Es fin de semana se basó en escuchar el CD de Secondhand Serenade y leer el libro de Rowan P. Scofield, como si aquello fuese lo único que le quedase de Vic.
Rubén le había dicho que no se comiera demasiado la cabeza por el chico, que estaría bien y que volvería a buscarla, y esas palabras no dejaban de rondar por la cabeza de Lena.
Vic le había contado que ese libro era de su abuelo, pero... ¿eso quería decir que su abuelo lo tenía, o que, dado que resultó estar escrito a mano, había sido su abuelo quien lo había escrito? Sentía la inmediata necesidad de contactar con Vic y hablar del contenido del libro. ¿Por qué le había dado un libro así?
De todas maneras, Sarah le había dicho que apenas supiese algo de Vic, se lo diría.
Antes de quedarse dormida, con la ropa puesta y Blak a su lado, Lena vio caer una estrella fugaz desde la ventana.
''Basura espacial'', pensó. ''no tengo ganas de hacer la misma tontería de siempre y pedirte algo'', añadió.
''Pero ojalá Vic esté bien''.



La mañana siguiente, Lena no fue al instituto. Madrugó, como siempre. Se preparó para ir a clase y desayunó con su madre, como siempre. 
Y salió a la hora de siempre, pero en vez de ir a clase, volvió a ir a la biblioteca.
Dejó los libros en el mostrador, la bibliotecaria los recibió, le dio las gracias, y Lena fue a sentarse a la mesa más vacía que vio. No había casi nadie. Era lunes a primera hora.
Había averiguado sobre ese tal Rowan. Resultó que sí era el abuelo de Vic, y había muerto justo en el año en el cual dejó de escribir el libro. Había información sobre él y parte de su familia en internet, ya que escribía relatos para niños y tenía cierta fama en Irlanda.
El padre de Vic también había muerto joven, y se llamaba Víctor también, pero de Vic no había información, ni de la familia de Sarah, a pesar de que decían ser primos.
Lena habría dicho que se sentía como en una película, pero, una vez más, aquella realidad superaba a la ficción. Había leído mucho durante ese fin de semana de la reencarnación, las almas gemelas y afines y los lazos de amor como el hilo rojo del destino, y le parecía todo muy bonito, pero seguía teniendo interés en por qué el abuelo de Vic escribía sobre esas cosas y por qué ella debía tener ese libro.
Esa noche había soñado con él, como la noche en la que soñó con un chico con los ojos muy azules, y al día siguiente salió de su baño, secándose el pelo con la toalla azul.
-Perdona, ¿ese libro es tuyo o lo has cogido de la biblioteca?
Lena levantó la cabeza, y vio a un chico con el pelo oscuro y un jersey rojo que le tapaba hasta la nariz.
Sin hacerlo a propósito, dijo con tono egoísta:
-Es mío.
El chico soltó una carcajada y se quedó mirándola, sin saber muy bien qué decir.
-Entonces no se me ocurre otra cosa que pedírtelo a ti -le comentó, bajándose la cremallera de jersey hasta la altura de los hombros.
Sus ojos eran de un azul intenso, que se dejaba ver a través del flequillo negro y ondulado.
Y tenía una sonrisa enorme. Aunque solamente sonriera porque Lena no dejaba de mirarle.
-Me llamo Héctor, ¿y tú?
Lena le miró con curiosidad, aguantando, sin saber por qué, una sonrisa. No parecía ser muy alto, y llevaba una tabla de skate metida en la mochila, y un par de rastas colgaban desde arriba de su nuca.
Y bueno, los ojos... Tenía que ser una broma.
Pero no. Seguro que no. Al fin y al cabo... por algo Vic le había dado ese libro.

Gracias.

Siempre fui la típica pringada de la clase, a la que todos miraban mal o directamente ni miraban. Y eso, muchas veces no fue mi problema, sino problema de los demás, que se sentían tan insatisfechos consigo mismos que solamente encontraban consuelo riéndose de mi y de algunas otras personas que miraban a su alrededor, perdidos, sin saber qué habían hecho mal.
Yo me duchaba todos los días, -y lo sigo haciendo- pero les gustaba reírse de mi y de mi pelo, como si fuese lo más asqueroso que había. Bueno, yo sabía que a lo mejor no era guay o llamaba la atención positivamente, pero tampoco había nada malo en ello.
Cuando empecé a escribir en internet, -después de mudarme de página varias veces y llegar a esta- hace unos siete años, mi vida era eso. Madrugar, ir a clase, aguantar, volver a casa y hacer lo que me gustaba y creía que se me daba bien, hasta volver al día siguiente.
Esperaréis que diga que era una pesadilla, pero la verdad es que no. Tuve épocas malas, no voy a decir que no, pero... compensa.
Esta historia trataba de mi. Lena era yo. Una pobre chica perdida y humillada.
Necesitaba de alguna manera hacerme ver al mundo y que alguien me ayudase, aunque la verdad es que no esperaba mucha expectación, y nunca la he tenido. Pero esto aún así es mayor de la que nunca esperé.
Leí muchos comentarios que me daban las gracias por haber creado los personajes, sobre todo por Lena: 
''Lena es muy realista, es como somos la mayoría de las chicas''.
 La verdad es que me encantaba que dijerais cosas así de Vic -porque es increíble y todos lo sabemos-, pero de Lena, me dolía mucho. Lena era la parte más oscura, miedica e inocente de mi alma, ¿de verdad os gustaba y erais así? qué dolor.
No os critico, para nada. No deja de ser ''mi personaje'', lo que me duele es que exista en vosotros y que penséis que es normal.
Pero, un momento, estoy hablando de la Lena miedica del principio de la historia... Espero que os hayáis dado cuenta de que ella cambia mientras pasan los capítulos... más me vale que os hayáis dado cuenta, sino, de poco me ha servido escribir esto.
Sé que la historia no deja de ser un tanto extraña, a lo mejor hasta os disgusta cómo avanza, o este final, pero es lo que tengo metido en la cabeza desde que tenía doce o trece años, y por fin lo estoy dejando salir ahora. No os imagináis esta liberación que siento, es tanta que me está dejando vacía.
Sólo quería dar las gracias y compartir un poquito de mi yo actual y real, y decir que todavía queda un último capítulo, que esto no es una despedida en toda regla tampoco, porque seguiré subiendo en los otros dos blogs, y que gracias por haber llegado hasta aquí. Gracias por leer esto, y de verdad... No sé, todos y cada unos de vuestros comentarios y críticas me han ayudado tanto que seguramente, si hubiese faltado uno solo de ellos nada habría sido lo mismo.
Sé que esto no es una gran novela ni una obra de arte, pero me siento digna de escribir esto, explicándome, aclarando cosas, como si tuviese la suerte de publicar esto en libro. 
Y ojalá algún día pueda hacerlo.
Gracias.

Capítulo 18: Días de Enero.



El mar se alejaba tan poco a poco que era desesperante. Había dejado de llover, y eso también lo era. La lluvia siempre relajaba.
Lena había hablado con Sarah antes de irse, le había agradecido la invitación, y se había disculpado por no haber pasado más tiempo con ella, aunque supiera que, si lo hubiese hecho, habría sido ignorada la mayor parte del tiempo.
Se quedó un rato en el salón, desayunando con todos y hablando, y esperando a que Vic bajase para despedirse de él, aunque el simple hecho de pensarlo la hacía preferir que la tierra se la tragase viva. Pero Vic no bajó y eso no fue necesario.
Antes de irse, cuando la tía de Sarah estaba pitando con el coche en la puerta de casa para que todos subieran rápidamente y se dirigieran a la estación, Lena subió las escaleras hasta la que había sido su habitación para despertar a Vic y despedirse de él, pero Vic tampoco estaba ahí, ni en su habitación. Lena le buscó por los pasillos pero él no apareció.
Y ahí estaba ahora, en el autobús, sin saber si sentirse bien por no tener que haber pasado por el momento de la despedida o estúpida por la misma razón. 
Llevaba algo más de media hora de viaje y el mar acababa de desaparecer cuando alguien se sentó a su lado.
-¿Molesto? -preguntó Rubén.
Lena le respondió con una sonrisa, y se acomodó en el asiento, dejando ya de mirar por la ventana.
-Solo he venido a ver qué tal estabas -comentó el chico, haciendo una mueca.
Ella frunció el ceño.
-¿Cómo debería estar?
Rubén la miró de soslayo y dijo:
-Vamos, todos sabemos lo que tenías con Vic. ¿Quieres hablar? 
Lena suspiró y se encogió de hombros.
-No lo sé... ¿qué es lo que quieres saber?
Rubén se rió y negó con la cabeza. Sacó de su chaqueta un par de caramelos y le ofreció uno a Lena. Ella lo recibió.
-Solamente quería saber si estabas bien.
Hubo un largo momento de silencio en el que los dos miraban por la ventana. Estaban saliendo de Barcelona, había bastante tráfico esa mañana, el cielo estaba nublado y poco a poco, empezaba a chispear.
-Ni siquiera me he despedido de él -dijo Lena entonces.
Rubén notó por su voz que la chica estaba dolida, y no supo si profundizar en el tema o dejarlo estar, pero Lena siguió hablando: 
-Anoche estuvimos juntos, toda la noche. Y por primera vez en mi vida... me sentí tan bien... -suspiró, cada vez que recordaba cómo se había sentido la noche anterior, se le oprimía el pecho- Pero a la vez no podía parra de pensar en volver a lo mismo de siempre -Lena dirigió sus ojos hacia Rubén, él la miraba fijamente- Y aquí estamos.
-No pienses en eso -la tranquilizó Rubén- no lo pienses, ya está hecho. No te preocupes, era normal que te sintieras mal anoche pensando en que te tenías que marchar. Recuerda lo bueno, al fin y al cabo es lo único que importa. 
Lena suspiró. Miró a Rubén, que le sonreía. De alguna manera, supo que tenía razón y que ese consejo la iba a ayudar mucho en un futuro.
-Gracias -murmuró.
El chico se ruborizó y se encogió de hombros.
-¿Tienes ganas de volver a Madrid? -musitó Lena, mirando hacia la ventana otra vez.
Rubén dudó un momento, y luego dirigió su mirada a sus propias manos, que se entrelazaban, se separaban y volvían a entrelazar sus dedos.
-En realidad... en realidad no -respondió- Había conocido a alguien en Barcelona. A un chico -añadió.
Lena se estiró en el asiento y se acomodó, dispuesta a escuchar.
-Fue anoche -comenzó él- en la fiesta esa que dio Sarah. Pues... vinieron un grupo de británicos. Una amiga de Sarah tuvo un intercambio en el instituto y se trajo a algunos chicos que vinieron a pasar las fiestas en España -añadió, entre risas- y anoche yo me fijé en uno de ellos. Se llamaba James. Era alto, pelirrojo, y tenía los ojos verdes y brazos llenos de tatuajes. Fue verle, y pensar: ¿dónde has estado metido toda mi maldita vida? Era un auténtico amor, me trató genial, y bueno, después de una charla, subimos a mi habitación... estábamos muy borrachos, y no recuerdo muy bien qué pasó, pero creo que puedo asegurar que no pasó nada. Solamente sé que me he despertado esta mañana y él ya no estaba. 
Lena no dijo nada, siguió atenta, esperando que dijera algo más.
-En ese aspecto te entiendo -continuó entonces Rubén- sé lo que es... sentir que encajas con alguien y que de pronto la vida os separe y te quedes ahí, imaginando qué podría haber pasado -lanzó un suspiro y posó una mano sobre la rodilla de ella- pero bueno, lo tuyo es peor. Compartiste mucho más con Vic.
-Lo bueno, si es breve, dos veces bueno, dicen -musitó ella.
-¿Tú crees?
-Estoy segura.




Los días pasaron sin sobresaltos, sin noticias buenas ni malas, sin nada en especial para Lena salvo la llegada y el recibimiento de su madre.
Volvió al instituto cuando acabaron las vacaciones, una semana después de volver a Madrid, y volvió también a ver a Jorge y a Sheila por los pasillos. 
Los dos actuaban como si nada, cómo no. Pero eso respecto a ella, porque entre ellos nada volvió a ser lo mismo, nunca más se fueron juntos a la salida ni caminaron de la mano por los pasillos, por lo que parecía que la ruptura iba en serio y no era una tontería o un capricho de Sheila.
Lo que sorprendió a Lena el primer día fue la desaparición de Sarah. Sabía que su amiga pensaba quedarse en Barcelona hasta el último día de las vacaciones, pero no pensó que eso significaría faltar a clase el primer día. Aún así, le restó importancia al asunto pensando que iría al día siguiente.
Al acabar las clases, Lena siempre se quedaba la última porque no tenía prisa y recogía sus cosas con calma, mientras que sus compañeros salían en manada, como si se les fuese la vida en ello, cosa que Lena no había entendido en los casi seis años que llevaba en ese instituto. ¿A dónde iban con tanta prisa, si a los siguientes cinco minutos iban a tener clase en el aula de al lado?
Al salir del laboratorio y dirigirse hacia las escaleras, para marcharse a casa, vio que Sheila se encontraba al pie de éstas. Supuso que esperando a Sarah, lo que era totalmente inútil porque su amiga tampoco había aparecido ese día.
-Lena -la llamó Sheila, con una actitud segura, aunque parecía un tanto incómoda.
Ella se giró y se quedó, ahí, de pie, esperando a que Sheila dijera algo, sin acercarse ni hacer ninguna expresión.
Sheila puso los ojos en blanco y se acercó ella a Lena.
-Quería avisarte de que Sarah vuelve hoy. Ha tenido que quedarse un par de días más allí y bueno, el lunes ya vuelve a clase.
Lena no dijo nada simplemente asintió y le dio las gracias con una sonrisa. No supo si Sheila interpretó esa sonrisa como un agradecimiento, pero le dio lo mismo.





Esa tarde, la madre de Lena salió a trabajar. Tenía dos trabajos, era profesora particular y los viernes por la tarde-noche, camarera en un restaurante, por lo que Lena tenía todos los viernes la casa libre. Cualquier persona habría aprovechado para invitar a gente y montar un poco de alboroto, o para salir de fiesta sin que nadie se enterase de a qué hora había vuelto, pero a Lena directamente no se le había pasado por la cabeza dedicar los viernes a otra cosa que no fuera ver películas y comer hasta reventar. 
Fue a la biblioteca a coger algunas cosas que iba a necesitar ese fin de semana, y, al volver a casa, se encontró a Sarah sentada en la puerta. Su amiga gritó su nombre desde lejos, aún sabiendo de sobra que Lena ya la había visto.
-¿Sarah? -se preguntó extrañada Lena, en un susurro y para sí misma- ¿Qué haces aquí? -preguntó otra vez ella, pero ahora con una voz más audible.
-Siento no haberte avisado de que iba a tardar unos días, espero no haberte preocupado mucho.
Lena se encogió de hombros.
-Estoy sola en casa, si quieres pasar y ver Matrix...
-No -la interrumpió su amiga de golpe. Se disponía a meter la llave en la cerradura cuando Sarah la cogió del brazo- He venido para otra cosa.
Lena se giró, con gesto curioso en el rostro, mientras veía cómo la otra sacaba algo de un bolso rosa chillón que llevaba colgado del hombro y se lo tendía.
-Te lo olvidaste en Barcelona.






Lena entró a su casa después de despedirse de Sarah y olvidó por un momento la bolsa con chocolate y películas, dejándola tirada en la entrada, se acomodó en el sillón al lado de Blak, que la recibía con cariño, y sacó de la bolsa el libro que Sarah le había traído.
Se sentía terriblemente mal por haber olvidado algo así, aunque no recordaba en qué momento exactamente lo había dejado allí. Había metido todo en la mochila, incluyendo el CD de Secondhand Serenade que Vic le dio una noche.
No le preguntó a su amiga por el chico, y tampoco ella le habló de él, pero solamente esperaba que Vic no la odiase si se hubiese llegado a enterar de que ella había olvidado llevarse el libro que él le había regalado.
Lo acarició con la yema de los dedos. Recordaba haberlo abierto la misma noche que Vic se lo dio, lo había leído por encima y había creído que trataba de leyendas de Irlanda, o Escocia, o algo por el estilo, pero no era del todo así. A medida que empezó a leer, se dio cuenta de que el libro estaba escrito a mano, y encuadernado a mano también, seguramente. No había reparado en ello porque la caligrafía y las letras eran demasiado perfectas y estaba todo muy bien ordenado, parecía estar escrito a ordenador. Pero tenía algunos tachones entre palabra y palabra, y, al final de cada relato, había una fecha y una firma; Rowan P. Scofield. 
Lena se tumbó boca arriba en el sofá, fuera había empezado a llover, y la casa estaba en completo silencio salvo por la respiración de Blak y el sonido de las hojas del libro. Al llegar casi a la mitad del libro, después de casi una hora leyendo sin parar lo que parecía una especie de diario de vida del tal Rowan, Lena se encontró en la página ciento diecinueve. Las siguientes tres hojas estaban en blanco, y después la historia continuaba como si nada, pero era un relato totalmente a parte al que ella estaba leyendo antes:

''He leído que las almas gemelas pueden estar encarnadas en esta dimensión con nosotros o estar como guías nuestros en la otra dimensión, dándonos valor y ayudándonos, que nuestras almas gemelas nos conocen bien y comparten con nosotros muchas experiencias intensas y/o que nos acercan sentimental y emocionalmente, y que el amor a primera vista puede reflejar una intensa sensación de intimidad que puede indicar que nos hemos encontrado con alguien a quien hemos amado en alguna vida pasada. 
Y puedo decir que sé, que esto tiene algo de cierto. He manifestado esas sensaciones, conocer a alguien y saber que la has conocido en una vida anterior. Y después de varias experiencias que yo creo reales, puedo decir que solamente podemos ser reconocidos por nuestros ojos, y nuestra forma de mirar.
Sé que no somos cuerpos que una vez estuvimos unidos y fuimos castigados y separados, que no surgimos de ninguna idea religiosa ni que todos estamos destinados solamente a una persona. Solamente sé que, de entre tantas personas que existen, han existido y han amado, si hemos vuelto a nacer es para volver a encontrarnos unos con otros. 
No se puede amar sin más, ''a primera vista'', a alguien a quien nunca has conocido.
De ahí la importancia de mirarnos a los ojos''



                                                                                        Rowan P. Scofield.    1978